jueves, 7 de junio de 2012

¿Qué es la democracia? ¿Existe hoy en día?



DEMOCRACIA, palabra acuñada por los atenienses en la Antigua Grecia para definir un sistema de gobierno de la ciudad en el cual las decisiones eran tomadas por la Asamblea de Ciudadanos y no por un rey o emperador, como ocurría en otras ciudades o imperios de la antigüedad. Este sistema de gobierno, aunque con algunas limitaciones, se basaba en la selección de representantes por sorteo y en las decisiones en otros casos por mayoría, y les permitió liberarse de la oligarquía que les había oprimido durante años (gobiernos aristocráticos o tiranos). La democracia significaba la igualdad ante las decisiones y ante la elección de decisiones, y no la elección de personas encargadas de decidir.

Durante el siglo XVIII, en medio de un contexto de absolutismo político, el ansia por encontrar un sistema político más justo y equilibrado dio un nuevo balón de oxígeno al concepto de democracia. Un grupo de importantes ilustrados tales como Montesquieu, Voltaire y Rousseau, fueron los responsables intelectuales de ello, plasmando sus ideales en escritos como ”El espíritu de las leyes’’ o ”El contrato social’’, donde entre otras cosas hablaban de la importancia de aspectos como la división de poderes, soberanía nacional e igualdad social. Dichos ideales impulsaron y alentaron grandes fenómenos revolucionarios que acabaron con el absolutismo: el Proceso de Independencia de los EEUU (1775-1783) y la Revolución Francesa (1789-1799).

Tras la Revolución Francesa y la caída de Napoleón, en Europa se inicia la época de la Restauración, en la cual los tenues logros del sistema democrático no sólo desaparecen sino que son perseguidos, produciéndose una vuelta al absolutismo, lo que a su vez suscitó la aparición de tres corrientes de pensamiento -el Liberalismo, el Romanticismo y el Nacionalismo- que ejercieron también una notable influencia en el desarrollo de la democracia. Dichas ideologías generaron importantes oleadas revolucionarias en las décadas de 1820, 1830 y en 1848, que fueron minando el sistema de la Restauración y abriendo un nuevo camino a la corriente democrática.

La I Guerra Mundial (1914-1918) posibilitó la aparición de ideales que abogaban por la mejora y consolidación de los sistemas democráticos. Un ejemplo lo constituyeron algunos de los puntos que Wilson recogió en su propuesta de 14 principios, que pretendían constituirse en la hoja de ruta a seguir tras la finalización del conflicto bélico, con el fin de configurar un mundo más justo y equilibrado. Entre esos puntos el derecho a la autodeterminación de los pueblos, la creación de sociedades justas y democráticas o la igualdad eran ideales que volvían a enarbolarse como objetivos fundamentales a conseguir. El problema fue que, el deseo de los vencedores de castigar a los vencidos o el posterior crack de 1929 durante el periodo de entreguerras, hicieron que se dejaran a un lado estas buenas intenciones y que se culpara a la democracia de todos los desmanes económicos y abusos políticos que hundieron en la más absoluta de las miserias a muchos países sobre todo europeos. Fue así como los totalitarismos ganaron terreno, socavando los principales puntales que sostenían el frágil edificio de la democracia hasta llegar a derribarlo, ocupando su lugar y demostrando con ello la debilidad de un sistema que, a pesar del trayecto recorrido, parecía ser menos sólido de lo que se pensaba.

Nuevamente un conflicto mundial, la II Guerra Mundial (1939-1945), pareció ser el revulsivo que el mundo necesitaba para recordar la importancia de construir y defender la democracia por encima de cualquier imponderable. Una vez finalizada esta, el deseo de construir unas sociedades más justas y de superar los errores que permitieron el triunfo de los totalitarismos y el estallido de la II GM llevó en algunos países a la creación de sistemas basados en la división de poderes, la igualdad jurídica y social así como a la creación de sistemas de seguridad social que pudieran garantizar la igualdad de oportunidades y el derecho a los servicios básicos (Educación y Sanidad). Pero nuevamente el interés económico y las ansias de poder se cruzaron en este tortuoso camino.

La Guerra Fría -agónica lucha entre el bloque comunista y el capitalista- se constituyó en el escenario ideal para la paralización de cualquier intento realmente democrático, pues los integrantes de ambos bloques eran dirigidos por el Kremlin y la Casa Blanca respectivamente, quedando relegados la autodeterminación, la división de poderes o la igualdad. Por el contrario, tanto desde Washington como desde Moscú, se dirigían los destinos de la mayor parte del mundo, surgían conflictos fraguados al calor de los intereses de las dos grandes potencias, o estas intervenían directa o indirectamente en aquellos escenarios que les interesaban provocando enfrentamientos o favoreciendo la implantación de dictaduras proclives a seguir las directrices marcadas por los EEUU o por la URSS.

A partir de los años 80 del siglo XX, la decadencia de la URSS anunciaba lo inevitable, su desaparición. Por el contrario, los EEUU se hacían cada vez más fuertes, y, a pesar de haber perdido parte de su influencia política sobre otros estados, su influencia económica era cada vez mayor. Fue entonces cuando la doctrina NEOLIBERAL encontró el cauce apropiado para extenderse. Desde los EEUU Ronald Reagan y desde el Reino Unido Margaret Thatcher se convirtieron en los principales paladines de esta ideología que defiende reducir al mínimo la intervención del Estado, tanto en materia económica como social, defendiendo el libre mercado capitalista como mejor garante del equilibrio institucional y el crecimiento económico de un país. Esta ideología que prima el individualismo, la feroz competencia y la búsqueda del máximo beneficio personal, en la práctica genera enormes fracturas sociales entre las clases altas y bajas, la reducción o eliminación de derechos y libertades para la mayor parte de los ciudadanos, la puesta en entredicho del principio de división de poderes y el aumento de la explotación de los grupos menos favorecidos. Dicha doctrina comenzó extendiendo sus tentáculos por los mercados financieros, de ahí saltó a la política hasta comenzar a introducirse en otros ámbitos como la educación, la justicia u otros de carácter social.

Llegados a este punto cabe preguntarse ¿existe realmente la democracia hoy en día?

La respuesta es no. Una mirada tanto dentro como fuera de las propias fronteras nacionales nos muestra con claridad que realmente no existe un verdadero sistema democrático en el mundo. Las pruebas nos son ofrecidas todos los días en los medios de comunicación: casos de corrupción política y económica que no son investigados o que son archivados saliendo los principales implicados libres de toda culpa e incluso reforzados mediáticamente y premiados económicamente; casos de abusos de poder o de malversación de fondos públicos por parte de jueces, políticos o altos representantes del mundo económico que no son castigados por ello y siguen ejerciendo con mayor impunidad y descaro sus tropelías; casos de abusos de algunos sectores de las fuerzas del orden por expreso mandato de autoridades políticas; diferencias en la aplicación de la justicia en función del nivel económico (menos tienes mayor castigo recibes); evidencias de la inexistencia de una verdadera división de poderes, al ser designados por políticos los máximos representantes de la justicia según su filiación ideológica; al existir leyes electorales que coartan el principio fundamental de toda democracia -Una persona, un voto-; al acabar con el principio de igualdad social recortando o eliminando derechos sociales básicos como la sanidad o educación, o cargar sobre un sector la mayor parte de los esfuerzos que se deben realizar para salir de una crisis; al imponerse el poder ejecutivo por encima del legislativo y judicial, constituyéndose estos dos últimos como poderes al servicio del primero; al intervenir económica, política, militarmente, o todas ellas a la vez en países (con las excusas más variadas), coartando el principio de autodeterminación y decisión de los pueblos, con el objetivo de exprimir sus recursos económicos al máximo; al manipular a la población con el fin de que acepte una serie de imposiciones que van en contra de los más básicos principios democráticos, y que son presentadas como necesarias e irremediables...

Tras todo ello surge otra pregunta ¿existe alguna esperanza para la implantación de un verdadero sistema democrático?

Para dar respuesta a esta pregunta habría que echar un vistazo a la historia. Como se ha apuntado la democracia ha sido uno de los objetivos que un sector de la humanidad ha intentado alcanzar muchas veces, el problema es que tristemente todos los logros democráticos han ido precedidos de grandes enfrentamientos sociales.

Entonces, ¿no es posible alcanzarla de ninguna otra forma?

Como diría Arquímedes, siempre hay caminos alternativos para alcanzar el mismo fin. Pero para ello la sociedad debe ser consciente del poder que realmente tiene y exigir en consecuencia la implantación de un verdadero sistema democrático y justo. La unidad, la coherencia en las decisiones tomadas, la exigencia de los derechos de una sociedad a su clase política (que debería ser el ejemplo más puro de los ideales y comportamientos democráticos, así como poseer la formación y preparación adecuadas para ejercer sus responsabilidades y ser responsables de las decisiones que tomen), y la expresión contundente, rotunda y fuerte de su rechazo a una linea política que coarta un verdadero sistema democrático pueden ser las claves apropiadas para conseguir el fin deseado.

Quizás una imagen valga más que mil palabras...







Artículo elaborado por los alumnos de 1º de Bachillerato Carla Escobedo Ortiz y Nicolás Ariel Tesone Álvarez.

Supervisado y corregido por RYL.

No hay comentarios:

Publicar un comentario